Vicentin: Entre socialismo que no es y el liberalismo que jamás será

Nota de opinion de Ricardo Aronskind sobre el Vicentin Gate y la ideologización extrema de los que resisten la presencia del Estado en el mercado

Política - Opinión 14 de junio de 2020 Editor Editor
Dolar agro
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Vicentin no es el socialismo

La hiperideologización de los sectores más concentrados es alarmante. Su hostilidad a todo lo público y lo estatal no se observa en el Primer Mundo.

Un economista liberal, más culto que los lamentables retoños actuales, Juan Carlos de Pablo, lo ha escrito con meridiana claridad en esta semana a raíz de Vicentin: «Prefiero una empresa privada en manos nacionales que extranjeras; pero prefiero una empresa privada en manos extranjeras a una empresa pública». Queda claro que el criterio es “lo privado uber alles”, y lo nacional queda en un segundo plano. Este es el criterio permanente del liberalismo argentino. El diseño de las grandes privatizaciones en los ’90 generó grandes monopolios privados en algunas áreas. En esa instancia también el razonamiento fue: entre un monopolio público y un monopolio privado –y extranjero—, siempre mejor el monopolio privado. El remanente del ideal liberal, en el mundo realmente existente, es que lo privado –y lo multinacional— es lo único que debe ser promovido por el Estado. Aquí y en el resto del planeta, esa es la lógica profunda de la globalización.

Frente a esa lógica que no promete nada a nadie que no participe del reducido grupo social corporativo, el gobierno nacional toma una decisión a contrapelo de las preferencias liberales.

Lamentablemente la discusión pública debe atravesar un mar de ignorancias y falacias para poder avanzar. Expropiar una empresa no es el socialismo, sino algo que fue muy frecuente en el capitalismo productivo de posguerra. Cobrar impuestos no es expropiar. Controlar monopolios no es el comunismo. Evitar la especulación cambiaria no es totalitarismo. Frenar el contrabando de cereales no es chavismo. La derecha local califica como medidas revolucionarias a lo que es el difícil camino de volver a la legalidad económica, a salir de la anomia empresarial, a que las leyes del Estado nacional alcancen también a los poderosos.

El intento, evidente y grosero, de transformar a la diputada Fernanda Vallejos en un nuevo cuco de las sectores medios ignorantes es  impedir la discusión racional y derivar al terreno de las pasiones fascistoides. Es inadmisible, en una sociedad democrática, que el mero hecho de aludir a una solución económica que se adopta en países como Francia y Alemania, sea razón para que una persona sea vandalizada por la prensa reaccionaria. Los límites del debate público se han corrido tan extraordinariamente en la Argentina, que la ignorancia prejuiciosa y la estafa ideológica se han transformado en las nuevas varas para medir qué está permitido y qué no en el debate público.

Es claro que no se quiere debatir en serio, con argumentos, ejemplos y datos, porque hay un designo autoritario en quienes se creen dueños del país. Su proyecto no se debate con nadie. Y “consenso” es hacer lo que ellos determinen.

Las venas abiertas de la Argentina


Entre los problemas de fondo que tenemos, uno de los fundamentales es qué hacemos con el uso del excedente económico. El excedente es la porción de la riqueza nacional que queda, luego de satisfacer las necesidades básicas de la sociedad. En el caso argentino, el excedente es significativo, y su buen uso, su aplicación con criterios productivos y sociales, permitiría en un plazo no muy prolongado cambiarle completamente la cara al país y lograr standards de vida aceptables para todos sus habitantes.

Pero el problema, que es económico pero que es sobre todo político, es cómo hacer que el excedente fluya hacia las actividades que el país y la sociedad necesitan. Eso es fácil discursivamente para el liberalismo: denle la plata al mercado y la prosperidad se generará inmediatamente. No es cierto, no ha pasado aquí ni aquí ni en ningún país de América Latina. Por cederle el control del excedente a los grandes capitales, nuestra región está como está.

Para el Estado, en la medida que esté conducido en función de un proyecto nacional, es clave encontrar la forma de canalizar el excedente hacia fines de inversión en producción e infraestructura social. Pero nada es fácil, porque aún no logramos algo previo: que el excedente no se escape del circuito productivo nacional. No otra cosa es el significado de la gigantesca fuga de capitales, que ocurrió en el macrismo, y antes del macrismo, desde la reforma financiera de 1977.

La sinfonía pro-fuga de la prensa seria
El gobierno parece estar moviéndose en el sentido de contener la hemorragia de dólares/excedente, con algunos pasos imprescindibles. Pero hasta en eso el ambiente cultural-ideológico está tan distorsionado, que nos encontramos con que existirían unos derechos sagrados a la fuga de divisas, y que en cambio el Estado sería abiertamente un ente opresor si pretende que los recursos se canalicen hacia la producción.

El artículo titulado “El sueño del estado omnipresente”, publicado por La Nación el 23 de mayo, constituye un testimonio de esta mentalidad hostil al uso productivo del excedente. Se dice en ese texto: “Hay empresarios arrepentidos de haber aceptado la ayuda del Estado para pagar sueldos… Ejecutivos de la UIA se lo transmitieron al ministro Kulfas: no están conformes con los requisitos que la AFIP exige a cambio de recibirla (a los fondos ATP)”. Y recuerda las condiciones que  establece el Estado para otorgar ese subsidio, y que mortifican a ciertos empresarios: “No distribuir utilidades, no comprar dólares mediante operaciones con acciones y no hacer transferencias a socios relacionados con paraísos fiscales”.

Estamos en una situación tan distorsionada, que el Estado les está regalando una parte de los sueldos a las empresas sin considerar su tamaño ni capacidades financieras, y sólo les pide que no distribuyan utilidades (parte de la cuales estarían constituidas por esas transferencias públicas), que no compren dólares para enviarlos al exterior mediante la operación CCL —contado con liquidación— (operación que podría ser hecha, en parte, con esos fondos recibidos por el Estado, para continuar fugando divisas), y que no transfieran fondos a guaridas fiscales. Simplemente eso les pide el Estado, que no delincan (desviando los fondos recibidos a sus bolsillos particulares) y que no fuguen más dólares… y eso modestísima demanda de sensatez y prudencia social es tildada como “el sueño del estado omnipresente”.

La sinfonía pro-fuga ha sido también ejecutada por Carlos Pagni, en su artículo “El truco de la fuga de dólares le salió muy mal al kirchnerismo”.

El texto es un conjunto de falacias para tapar-justificar una práctica económica que tiene el efecto de esterilizar el ahorro nacional y transformarlo en activos externos a nuestra economía. Pero lo que interesa resaltar es la explicación digna del personaje nazi Miky Vainilla, cuando dice que “sólo hace pop, pop para divertirse”. Pagni señala que “lo relevante es lo que se pretendía reprochar”, “gente que tenía pesos declarados, que había pagado sus impuestos, decidió comprar un bien, en este caso dólares”. Podrían ser caramelos, monopatines, pero fueron dólares. Casualmente el dólar es “el” bien para transformar ahorros locales en activos trasladables al exterior. Agrega que esos dólares serían “para depositarlos en el exterior o comprar una casa en el país. Da lo mismo”. No, no da lo mismo. Una casa en el país es empleo, producción y consumo locales que se activan. Una cuenta en el exterior es como si se hubiera quemado esos “bienes que decidió comprar”. Pagni intenta hacer pasar por un derecho individual inalienable, por una “libertad personal”, una práctica colectiva de un sector social muy concentrado, que pretende que la comunidad nacional se quede en silencio e inerte mientras ve que los fondos necesarios para hacer que el país funcione terminan en Panamá.

Y volvemos a diferenciar: uno es el problema genuino del ahorro de lxs argentinxs que necesitan algún mecanismo para guardar y preservar sus excedentes personales, y otro es el de los grandes capitales que fugan el excedente. El Estado debe proveer a los primeros los instrumentos financieros creíbles y sólidos para que no tengan que andar corriendo detrás del dólar. El problema de cómo hacer que los grandes actores se decidan a ocupar el rol que la teoría dice que tienen los capitalistas en la sociedad capitalista, es otro problema mucho más complejo.

Fuente: el cohete a la luna