Rapa Nui: El chocolate amargo que une a Frondizi con Cristina Kirchner

La marca de delicias y helados favorita de la vicepresidenta se funde con nombres de adversarios históricos. Su creador, Diego Fenoglio, es hijo del fundador de una empresa que, décadas después, tuvo a un importante dirigente radical como dueño. Y su hija es referente del PRO en Bariloche

Política - Opinión 22 de mayo de 2021 Editor Editor
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"¿A qué hora cierra Rapanui?". La pregunta, emitida por la inconfundible voz que estelarizó decenas de actos políticos y cadenas nacionales, se oyó involuntaria y nítidamente en el recinto y por todo aquel que, a esa altura de la noche, seguía el debate del Senado a través de Internet. No pasaron minutos para que se viralizara, a punto tal de, en cuestión de horas, ser tendencia, tanto en Google como en las redes sociales. Cristina Fernández de Kirchner, preocupada por saber si todavía estaba a tiempo de darse un gusto de lo que, el país se enteraba, parece ser una de sus marcas favoritas. Quizás no lo sepa. Tal vez, sí. Pero, como todo en la biografía de la vicepresidenta, también su sibaritismo está saborizado por la política.

Rapanui nació en 1996. Su fundador es Diego Fenoglio. Su padre, Aldo, fue un inmigrante italiano que partió de Turín a la Argentina en los años de la Segunda Guerra. Pasó por Rosario. También, por Mendoza. No terminó de hallarse en ninguna de las dos ciudades. Recaló en San Carlos de Bariloche, localidad recóndita de la Patagonia, de arquitectura alpina, refugiada a orillas de un lago y custodiada de montañas, un paisaje tan familiar con su Piamonte natal que lo adoptó como propio. Había encontrado su lugar en el mundo. 

En 1948, abrió una casa de té que también servía delicias. La elaboración de exquisiteces en base a trufas y chocolates había sido un oficio ancestral de su familia. La bautizó Tronador. Terminó siendo la primera chocolatería y heladería artesanal de Bariloche. Con el correr de los años, el nombre de la empresa se fundió con el apellido de su fundador. Pasó a ser, simplemente, Fenoglio. 

La marca que se convirtió en sinónimo de la ciudad. A punto tal que una visita a su fábrica -por la avenida Bustillo, apenas saliendo del centro, camino al Llao-Llao- era una excursión de rigor para cualquier turista -adulto, familiar o estudiantil- que pasara por la localidad.

Aldo, el patriarca, falleció en 1970. Su mujer, Inés, y sus hijos, Diego y Laura, continuaron el legado. Hasta que, en 1995, Diego decidió hacer camino por su cuenta. Le vendió su parte a su madre y a su hermana. Al año siguiente, fundó Rapanui. Un cuarto de siglo después, la empresa tiene 14 sucursales -tres en Bariloche y 11 en Buenos Aires- y 600 empleados. Uno de los locales porteños está en Uruguay al 1200, a menos de media cuadra del célebre departamento de la esquina con Juncal, meca de partidarios y detractores -según la ocasión- de CFK. "Lo tengo a 20 metros de casa", confesó la interesada, en su tecnológico blooper. 

 Diego Fenoglio, fundador de Rapanui

La primera cucharada política de esta historia la dio una compra, en 2006. Hacía apenas tres años que el fondo DyG, sigla de "Desarrollo y Gestión", había debutado en el firmamento local de las M&A. Recién asumía Néstor Kirchner como presidente cuando la firma, un típico private equity creado para cazar las oportunidades que ofrecía la derruida argentina de la poscrisis de 2001 y 2002, le compró un clásico argentino, la fábrica marplatense de alfajores Havanna, a los bancos acreedores de su anterior dueño, el Exxel Group.

DyG estaba en plena expansión. Empezaba a pisar en utilities y buscaba ampliar su portfolio gastronómico. Detectó una presa: una empresa con que sería clave para que Havanna tuviera integración vertical. Fenoglio.

Una delicada telaraña sucesoria dilató la transacción. También, la difusión de su compra. Durante bastante tiempo, DyG mantuvo la adquisición fuera del radar público, hasta tanto estuviera deshenebrado ese estambre legal. "La empresa se vendió. Pero siempre nos mantuvimos en buenos términos", declaró Fenoglio hijo hace un par de meses, en diálogo con El Cronista, pese a que, en la Buenos Aires de aquellos días, los experimentados abogados del fondo de inversión sugirieron un entramado sucesorio mucho más amargo que esa endulzada cordialidad.

DyG tuvo tres socios fundadores. Dos habían sido pesos pesado del Citibank en los '90: Carlos Giovanelli y Guillermo "Willy" Stanley. El último, padre de Carolina, quien pocos años después ganaría notoriedad por sus labores ministeriales junto a Mauricio Macri, tanto en Nación como, antes, la Ciudad. El tercer hombre de DyG era Chrystian Colombo, último Jefe de Gabinete de Fernando de la Rúa y persona de históricos lazos -políticos y personales- con Enrique "Coti" Nosiglia, con todo lo que eso estimula en el imaginario popular.

La compra de Fenoglio se blanqueó años después. Havanna la absorbió en marzo de 2012. La fábrica barilochense tenía activos por $ 10,24 millones (unos u$s 2 millones oficiales de la época) y pasivos por casi $ 9 millones (u$s 1,8 millones). Desde entonces, es el logo de la marca marplatense el que, esculpido en madera oscura, luce en el acceso a la fábrica de Bustillo.

Hoy, Fenoglio figura junto a Havanna como una de las marcas del portfolio de Inverlat, continuadora de DyG. Stanley y Giovanelli siguen como socios. A ellos, se sumó Damián Pozzoli, otro ex banquero de inversión (Deutsche). Colombo -que, desde segundos planos, tuvo y mantiene influencias en Juntos por el Cambio; en especial, con el radicalismo que apoya a Martín Lousteau- continuó con otros activos, pero por su cuenta.

Desde ese punto de vista, se podría afirmar que la preferencia de Cristina por Rapanui equivale a un acto de militancia; a la reivindicación de una marca nacida de y en contraste con una empresa nacional que había sido vendida a sus vilipendiados grupos concentrados del capital. Sin embargo, la realidad no es tan binaria como, a muchos, les gusta interpretarla.

Diego Fenoglio es, hoy, uno de los empresarios más conspicuos de Bariloche. Este año, invirtió 3,5 millones de euros (unos $ 375 millones oficiales) para construir una fábrica en Valencia, España, desde donde distribuirá su producto estrella, las frambuesas bañadas en chocolate Fra-Nui, hacia Europa y América del Norte.

Sin embargo, no sólo empuja los proyectos de su propia compañía. También, tiene activa participación en la vida económica y social de su ciudad. Desde ese lugar, integró diversas comitivas que recibieron visitas presidenciales, como la de Macri. También, hay una foto suya en la Casa Rosada, como parte de una delegación de empresarios barilochenses que acompañó al intendente, Gustavo Gennuso, a una cumbre en Balcarce 50. 

Una crónica de esa reunión, formalmente convocada para la firma de convenios de fomento a la actividad turística en la ciudad rionegrina, describió a Fenoglio y otros hombres de ese grupo como "reconocidos simpatizantes del PRO en la ciudad cordillerana".   

Este viernes, en una entrevista con el programa "Pasaron cosas", de Radio Con Vos, Fenoglio eludió responder si había votado a Cristina. Evitó, en realidad, cualquier definición política. Su hija Leticia -que trabaja con él en Rapanui- es referente del PRO en Bariloche, a punto tal que estuvo a cargo de los fiscales de Juntos por el Cambio en la ciudad durante las últimas elecciones.

"Prefiero no opinar", se excusó Fenoglio, cuando se le pidió opinión por las políticas que encarna su célebre cliente. Contó que pagó el aporte extraordinario para fortunas superiores a los $ 200 millones y recordó que conoce mandatarios desde antes de su adolescencia. "Tenía 12, 13 años y mi padre me mandó al Hotel Tunquelén para llevarle una caja de chocolates a Frondizi", evocó. "Me pareció simpática la situación", refirió, sobre la involuntaria publicidad de Cristina, una difusión mediática para su marca de valor incalculable. Pese al agridulce sabor que la anécdota le hubiera podido dejar.

Cristina lo hizo: se colapsó el servicio online de Rapanui por la cantidad de pedidos

El blooper de la vicepresidenta, hizo explotar la demanda a la conocida confitería de Recoleta.

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De esta manera la aplicación, colaboró también a un hecho inesperado: la confitería se colapsó por la cantidad de pedidos, y fue imposible realizar un pedido a través de esa y otras aplicaciones.

fuente: Apertura