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Estudio técnico y social sobre cuatro casos entre 1776 y 1910. Por Bruno Pedro De Alto

Política - Industria 07 de septiembre de 2021 Colaborador Colaborador
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Fray Luis Beltrán, nacido el 7 de setiembre de 1784 en San Juan, pero criado desde niño en Mendoza.

San Juan, tierra de la Gobernación de Cuyo, fue para un joven francés nacido en un ya avanzado siglo XVIII un remoto pero prometedor lugar de oportunidades, él era Louis Bertrand quien se afincó y casó con una chica del lugar: Manuela Bustos. Ambos, eran profundamente creyentes y en un hogar austero tuvieron cuatro niñas.

Cuando finalmente Manuela se embarazó de un varón, la pareja resolvió trasladarse a Mendoza, ciudad que a 200 kilómetros llamaba con mejores posibilidades para todos. El niño nacido, José Luis Marcelo, sanjuanino pero criado en Mendoza y bautizado como Beltrán, tuvo más posibilidades allí por ser varón: pudo estudiar, ejerciendo un derecho vedado a sus hermanas. Para trabajar y dar sustento a los niños, Louis y Manuela, abrieron una pulpería.

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El pequeño Luis fue inscripto en la Escuela San Buenaventura, también conocida como Escuela de San Francisco, por la orden que lo llevaba adelante. Allí ingresó a la Escuela de “Primeras Letras” y a continuación al Colegio de Enseñanza Secundaria. En ese nivel aprendería gramática latina, retórica, filosofía, historia cristiana, urbanidad, álgebra, y aritmética. Estos contenidos, salvo los últimos, no lo anunciaban como el futuro ingeniero militar de San Martín, pero evidentemente le dio una plataforma educativa para ser un hombre valioso para la revolución.

En los últimos años de esa formación tendrá la ventaja de encontrase con el padre Fray Benito Gómez, un Franciscano matemático, químico y físico, pues este ilustrado y práctico religioso, se hizo cargo del Colegio. Con él, Luis experimentó con técnicas que son útiles para solucionar problemas de la vida terrenal.

A los quince años ingresó a la Orden Franciscana para cumplir la Regla del Seráfico Padre San Francisco, es decir dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales. El joven novicio Beltrán, viajó en una caravana de mulas y caballos, cruzó Los Andes y llegó a Santiago de Chile, en el año 1800.

De acuerdo a las actas capitulares del Convento de San Francisco de Santiago de Chile, Luis Beltrán estuvo allí hasta 1812, donde se sumó al ejército revolucionario de Carreras y O’Higgins como capellán primero y como director de maestranza después.

Su preparación como sacerdote lo llevó una vida mendicante y solidaria, pero no perdió oportunidad para formarse en los fenómenos químicos y físicos. Estudió a Arquímedes, Leonardo da Vinci, Copérnico, y también a Newton. Dirigió el coro del convento, justo él que perdería la voz de tanto alzar la voz en la maestranza de El Plumerillo.

En el momento que se ordenaba sacerdote, el mundo colonial vivía intensamente algunos sucesos: la presión de Inglaterra para que América se Independice, los sucesos de las invasiones inglesas a Buenos Aires y la ocupación de España por Napoleón. Posiblemente deja el convento en 1812, inicia su tarea pastoral y se suma al ejército chileno como Teniente Capellán, era un médico de almas para los patriotas en armas. Tenía 28 años.

En abril de 1813 las tropas de Carrera salieron hacia el norte de Santiago a enfrentar en Talca a una avanzada realista que bajaba desde Perú. Con esas tropas va Beltrán. En junio las lluvias anegaron los caminos y las tropas se encontraban en dificultad de trasladar pertrechos y artillería, era el momento de Beltrán hábil y creativo: ayudó construyendo dispositivos para el transporte de cañones en semejantes terrenos.

A raíz de aquellas acciones, los informes de sus superiores lo describen como "experto en la dirección y elaboración del armamiento, del material de guerra y en la elaboración de pólvora". Se lo designó Jefe de Maestranza, cargo que desempeñó sin abandonar los hábitos.

En octubre de 1813 llegó a Chile el Batallón de Auxiliares Argentinos, que era un cuerpo militar enviado en 1813 por el gobierno de Buenos Aires en apoyo de la revolución chilena. Eran conducidos por Las Heras y dado que, en su mayoría, los militares argentinos que eran soldados mendocinos y conocían a la familia Beltrán, le instalan al Fray un fuerte deseo de regreso a la Patria. Hecho ya amigo de Las Heras, éste lo habilitó para ese regreso. Al año siguiente, y con motivo del Desastre de Rancagua, los revolucionarios chilenos migraron a Mendoza, y fueron conducidos por Las Heras. Beltrán va de la partida. Dice Mitre:

Después de Rancagua, regresó á pie á su patria con un saco de herramientas al hombro, que contenía los instrumentos que había inventado ó construido por sus manos para elaborar por adivinación los variados productos de su genio. Todo su caudal de ciencia lo había adquirido por sí en sus lecturas ó por la observación y la práctica.

Prontamente, ya en Mendoza, Las Heras se lo presentó a San Martín: el Fray Luis Beltrán se hace cargo del Arsenal y la Maestranza del Ejército de Los Andes. Fabricó de todo, desde monturas y zapatos hasta balas de cañón, fusiles, vehículos de transporte y granadas. Tiene que armar y equipar a 5.000 soldados, para cruzar una cordillera sin rutas, solo sendas, con cañones y el resto de los pertrechos. Se empeño fue premiado: San Martín lo ascendió a Teniente Primero con el grado de Capitán. Mitre lo llama "Vulcano con sotana".

Lograda la independencia de Chile, se organizó la ansiada expedición al Perú, pero la sorpresiva derrota en Cancha Rayada obligó a reponer rápidamente la provisión del ejército libertador. En sólo 16 días tuvo listos 22 cañones, cientos de fusiles y miles de municiones, que se utilizaron en el definitivo combate de Maipú. Tras ello Beltrán preparó los fuegos de artificio para celebrar la Independencia de Chile.

En Perú participó en la provisión y mantenimiento del Parque de Artillería de la Campaña del Perú y fue designado por San Martín como Director de la maestranza del Ejército Libertador. Tras el retiro de San Martín, Beltrán siguió trabajando con las armas a los órdenes de Bolívar. Pero aquella relación no fue buena, desgastado en lo físico y mental, el Fray Luis entró en una profunda depresión y se encerró. Intentó suicidarse. Fue salvado a tiempo, pero siguió en un lamentable estado de alteración mental. Solo, deambulaba y deliraba, hasta que fue rescatado por una familia. Viajó, bastante repuesto y como teniente coronel, se sumó a las tropas navales que se aprestaron a combatir contra el Brasil y participó en el combate de Ituzaingó. Sin embargo, ya no estaba bien. Abandonó la campaña y regresó a Buenos Aires. Renunció a las armas y se encerró en el Convento de San Francisco de Asís de Buenos Aires a esperar su muerte. Ello ocurrió en 1827

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