Administración del comercio exterior, un imperativo del ahora

Nota de opinión sobre las relaciones comerciales y la necesidad de realizar acuerdos bilaterales de comercio equilibrados

Política - Opinión05 de febrero de 2018 editor
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por Lic. Guillermo Moreno, Lic. Norberto Itzcovich y Dr. Claudio Comari

No hay peor sordo que el que no quiere oír, enseña la sabiduría popular y lo confirma el oficialismo, que se niega a reconocer la transformación operante en el mundo actual. Pese a que los datos más destacados de la reciente gira presidencial por el continente europeo fueron la reafirmación de Donald Trump de su consigna "(Norte) América Primero" y la negativa de Emmanuel Macron de suscribir acuerdos perjudiciales para los productores agropecuarios franceses, el Gobierno Nacional se empeña en su consigna de "abrazar la globalización".

Al tiempo que potencias económicas como Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia o Francia incrementan y perfeccionan los instrumentos regulatorios que mejoran la performance de sus empresas y sus mercados de trabajo, en la Argentina (como otrora lo hicieran fallidas experiencias), se desmontan los mecanismos de administración del comercio exterior, favoreciendo la prelación de las producciones extranjeras por sobre las locales.

Las adscripciones ideológicas de este Gobierno inhiben cualquier ilusión de que el desencuentro con la etapa histórica mundial, que caracteriza la actual política comercial de nuestro país, sea revisado.

No termina de aprehender que una regulación minuciosa del comercio exterior es un imperativo categórico de la sustentabilidad económica de las naciones.

Justificación desde el orden teórico

Partiendo de la base de que, mayoritariamente, las relaciones entre los agentes económicos de los diferentes países no son colaborativas sino competitivas, el análisis de la relación entre:

- el abastecimiento de un insumo estratégico y,

- la utilización del resto de los factores de producción,

explica el porqué de la necesidad de las regulaciones sobre la comercialización de algunos bienes.

La cotización del barril de petróleo, que pasó de oscilar en la franja de los u$sS30 a la de alrededor de u$s68 entre enero de 2016 y el mismo mes de 2018, en virtud de las decisiones de control de la producción de los países de la OPEP, provee un adecuado y certero ejemplo, que además nos alienta a seguir reflexionando sobre la cuestión de los "vectores de competitividad" de nuestra economía, abordada en la entrega de la semana pasada. Tenemos entonces un aumento en el precio del insumo energético, sin que hubiera variaciones en la función de productividad real (utilización de factores) de los países consumidores.

Una regulación minuciosa del comercio exterior es un imperativo para la sustentabilidad económica

Si el criterio de asignación de dicho bien entre países es por la "igualación de precios", quienes puedan convalidar el nuevo valor (países con diferencial positivo de productividad) pueden adquirir el recurso (con transferencia de ingresos inter factores), mientras que quienes no lo puedan hacer (por su menor productividad) deberán ajustar a la baja sus compras, afectando el volumen de su producción.

Mirado desde el punto de vista del interés nacional, es decir del cuidado de los hombres de negocios y de los trabajadores del país, surge con claridad que, para el segundo grupo, esta situación afectará tanto la rentabilidad de las empresas como la masa salarial; si los salarios son inflexibles a la baja (como tiende a ocurrir) ello repercutirá en desocupación, mientras que si son flexibles, podrá mantenerse el nivel de ocupación a costa de una baja en la capacidad de consumo. En ambas situaciones, los efectos se derraman sobre el conjunto de la actividad económica.

El agravante de tal cuadro (evidenciado a diario y muchas veces de modo dramático) es que, ya sea motivados por la pérdida de su empleo o porque sus salarios se deterioraron respecto de sus pares del grupo de países que pudo pagar el nuevo precio del insumo, si los trabajadores afectados desearan migrar, las restricciones de aquellos estados no lo permitirían.

A resultas del cambio de situación, mejora la posición, en términos relativos e incluso absolutos, del conjunto de naciones que mantienen su producción sin afectar la utilización de sus factores, o que la aumentan gracias a la ventaja obtenida frente a sus competidores.

El incremento de las importaciones cuantifica la pérdida de empresas nacionales en el mercado

No es necesario ponerle nombres a los países ganadores ni a los perdedores, sino identificar que sólo obtienen beneficios quienes producen el insumo estratégico, al obtener mayor ingreso por igual cantidad vendida, y quienes pueden absorber el nuevo costo sin deteriorar la utilización de la totalidad de los factores. Resultan perdidosos quienes, ante el nuevo valor del insumo, tienen empresas que no pueden afrontar los nuevos costos y su traslado a precios, y entonces o bien disminuyen la cantidad de bienes ofrecidos o, si la función de producción no lo permite, desaparecen del mercado.

Esto nos ayuda a comprender las implicancias de las regulaciones del comercio exterior en el desarrollo de la economía.

Justificación desde el orden de lo empírico

El aperturismo implementado por la alianza Cambiemos empieza a mostrar resultados. En el intercambio de bienes con el resto del mundo, entre 2016 y 2017, nuestro país logró aumentar sus exportaciones en alrededor de 550 millones de dólares (por variaciones de precios ya que las cantidades descendieron 0,4%), mientras que las importaciones crecieron en 11.000 millones de dólares.

Pasando por alto las graves consecuencias sobre los equilibrios macroeconómicos que el déficit comercial resultante provoca (u$s8.471 millones), posamos nuestra mirada en los efectos sobre el uso de los factores locales.

Ante un consumo virtualmente estancado, el incremento de las importaciones nos proporciona la medida aproximada en que la producción local fue desplazada por la foránea. Dicho de otra manera, cuantifica la pérdida de presencia de nuestras empresas en el mercado local y de la masa salarial de los trabajadores argentinos a favor de los extranjeros.

Las premisas de la política de "apertura" son falsas porque no son recíprocas. Mientras a cualquier empresa extranjera se le permite aprovechar en nuestro país las ventajas competitivas (acceso a insumos, tecnología, salarios, etc.) que le ofrece el suyo, la situación inversa no se verifica. Cualquier intento de mejorar la inserción argentina en mercados internacionales choca contra las regulaciones que los demás estados sí erigen y continuarán haciéndolo en forma creciente.

Camino hacia el óptimo económico

Como dijimos la semana pasada, la coyuntura nos enfrenta a desafíos tanto urgentes como mediatos.

Para hoy, sabiendo que la continuidad de estas conductas gubernamentales sólo abundará en una creciente subutilización de los factores de producción locales, apremia la defensa de nuestros empresarios y trabajadores, mitigando los daños infringidos.

De cara al futuro, se trata de la búsqueda de un Modelo de Desarrollo Económico Permanente y Sustentable (MoDEPyS), es decir de un esquema económico óptimo, que permita el completo aprovechamiento de los factores locales.

Para ello, entre otras condiciones, se impone la administración del comercio exterior, no sólo porque se trata de una alternativa racional (tanto desde la teoría económica como desde la empiria), sino también porque están dadas las condiciones de su factibilidad.

Durante el apogeo del Consenso de Washington, sus organismos multilaterales garantes limitaron los márgenes para la toma decisiones soberanas. El nuevo contexto internacional, con los EE.UU. relegando a instituciones como la OMC a roles ya no sólo formales sino esencialmente marginales, cambia las condiciones de posibilidad.

La regulación del comercio exterior no sólo es necesaria, sino que ahora, sin temor a sufrir represalias, ¡también es posible!

Fuente: Diario BAE

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