Estuvo preso diez años, se reinventó en la cárcel y hoy es casi un empresario

#EntrevistaTN Martín Villalba fundó una cooperativa en la que personas que salieron del encierro fabrican ropa de trabajo para firmas privadas. Qué hay detrás del hombre que sueña con transformar la prisión en un polo productivo.

Nacional 13 de julio de 2019 Colaborador Colaborador
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Cada vez que lo carcomía la culpa de no haber ido al velorio de su mamá por estar encerrado, Martín Villalba respiraba hasta que no le entraba más aire y se repetía que “por algo estaba ahí”. Cuando se desesperaba por compartir celda con diez presos que planeaban nuevos asaltos, pensaba en los delitos que había cometido con su banda cuando “se creía que era el mejor”. Se sentía “un tarado” por haber tenido que tocar fondo. En los momentos en los que se enojaba con el penitenciario a cargo de su pabellón, admitía en voz baja: “Él no me trajo hasta acá a mí”.

Villalba estuvo preso diez años en la Unidad 4 de Montecristo en Córdoba por “homicidio en ocasión de robo”. Lo condenaron en 2004, después de que asaltó un banco en la ciudad de San Francisco y murió un policía. Su vida en la cárcel fue “lo peor que le pudo pasar” y también fue un despertar. Cuando recuperó la libertad creó la cooperativa textil Visión Trabajo y Futuro, en la que actualmente trabajan 24 personas que salieron del encierro y fabrican ropa de trabajo para empresas como La Serenísima, la autopartista Guini y la compañía de recolección de residuos Hesurmet.

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Él, que prácticamente se crió en la cárcel, sueña con que "algún día aunque sea uno de los penales se transforme en un polo productivo”. Cada tanto, con sus compañeros, visita las prisiones para contarles a los reclusos cómo hizo para volver a empezar.

Elegir nacer otra vez

Pasaron dos años hasta que Martín asumió que la vida en la prisión “no servía” y decidió hacer una transformación radical. Fue Hugo, un hombre grande del que se hizo amigo ahí, el que le dio el consejo que lo sacudió. “Lo mejor que podés hacer es estudiar. Agarrá libros, anotate a los cursos que haya”, le dijo.

"Ojalá algún día, aunque sea uno de los penales se transforme en un polo productivo".

Con ese envión le contó a Micaela Berna, la psicóloga de la cárcel, que quería estudiar abogacía. A lo que ella le respondió: “Martín, todo lo que te propongas en la vida lo vas a lograr”. “Capaz que me mintió, pero a mí me quedó”, explica en conversación con TN.com.ar. Villalba cursó hasta tercer año de la carrera y finalmente se recibió de profesor en Ciencias de la Educación en la Facultad de Humanidades de Córdoba.

Su otro gran logro mientras estuvo preso fue que el juez le diera salidas transitoriasa la mitad de la condena. “Para eso tuve que demostrar que quería cambiar. Yo mismo me preguntaba si me iban a dejar venir a Buenos Aires a ver a mi familia. Y me dieron 72 horas, ¡la re confianza! Me venía solo, con palabra de honor. Los jueces Gustavo Aracena y Ezequiel Barremechea me ayudaron mucho”, cuenta. Además impulsó un convenio con la Universidad de Córdoba para que los presos maximicen la producción de la imprenta que ya tenían en la Facultad de Filosofía. “Nos dejaban estar ahí para que hagamos los apuntes y pensé que podríamos encargarnos de las fotocopias para toda la Universidad. La rectora nos apoyó, ¡teníamos un montón de laburo!”, recuerda.

El impulso de un proyecto propio

Ese día del 2014, cuando le abrieron las puertas de la celda, Martín Villalba tenía una idea clara: replicaría el modelo de la cooperativa que había armado en la cárcel en la localidad bonaerense de Almirante Brown, donde se crió. Juntó dos máquinas de coser que un amigo desempleado tenía guardadas y armó un equipo de cuatro personas. Le pidieron ayuda a Ana Geneira, la secretaria de Desarrollo Social, que les compró una máquina y les alquiló un local por seis meses hasta que se pudieran sustentar.

Su primer cliente fue Roberto Barreiro, el dueño de la empresa de la línea de colectivos 261 que aceptó entrevistarlo y él, aunque no sabía coser, compró una camisa hecha para convencerlo de que le encargara los uniformes para los choferes. “Le mentí porque quería laburar, pero estaban todas mal hechas. Cuando fui a ofrecerle nuestros productos de nuevo le confesé la verdad. Me dijo que no le importaba dónde estuve ni qué hice porque él es empresario. Y me dio una mano”, cuenta. El hombre le encargó las camisas una vez más, pero le advirtió: “Si ahora no me dan precio ni calidad no van a trabajar”.

"No sabía ni lo que era un ticket y ahora facturamos con factura A. Tenemos obra social y estamos tramitando la tarjeta de débito para los afiliados".

También, el dueño de la línea 261 lo llevó a una reunión de la Cámara Empresarial de Almirante Brown, donde Martín conoció a los líderes de otras compañías que hasta hoy le encargan indumentaria.

“Ahora ya hacemos moldería, corte y confección. Sale todo empaquetado y planchado para los puntos de venta. Aprendimos cociendo. Igual que con la AFIP. Yo no sabía ni lo que era un ticket y ahora facturamos con factura A, no debemos nada, tenemos obra social y estamos tramitando la tarjeta de débito para que cada afiliado cobre en el banco”, explica.

La sombra de la condena

Villalba dice que, “de tanto andar, a veces no se da cuenta de que salen cosas buenas”. No se da cuenta, quizás, porque tiene los pies bien plantados en la tierra. Él asegura que le es difícil hasta hoy cargar con su pasado.

“A veces cruzo pibes en un BMW y me cuestiono que en un ratito podría tener lo mismo y capaz que más en vez de renegar por llegar a fin de mes. Eso siempre está ahí dando vueltas, uno lo supera todos los días ¿O te pensás que es lindo haber hecho todo lo que hice?”, dice. Y agrega: "Al fin y al cabo te das cuenta de que, si robás, capaz vayas a comer a la mejor parrilla; pero tarde o temprano terminás comiendo rancho (la comida de la cárcel). Perdés todo. Por más que me ahora me vaya bien, hay cosas que no voy a recuperar en mi vida”.

"Hay cosas que no voy a recuperar en mi vida, como haber perdido a mi mamá mientras estaba en el encierro. No pude ir al entierro".

El emprendedor les dice a sus compañeros en la cooperativa que no se conformen ni se relajen porque “cuando una ambición es legítima, es buena para todos”. Cada vez que vuelve a visitar un pabellón incentiva a los reclusos: "¡Sentite un empresario, hermano! Nunca es tarde para empezar de donde sea. Si lo pudiste hacer acá adentro, cómo no lo vas a poder hacer afuera con todas las herramientas que tenés. Si lo buscás, podés hacer todo”.

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Martín Villalba habla de la psicóloga que lo animó, del juez que lo autorizó a salir, del empresario que le encargó camisas a pesar de que él lo engañó.

Su historia no es la del hombre que le vio la cara a la miseria humana y sobrevivió. Ni la del que sacó fuerzas de la desesperación para ser alguien mejor.

La de Martín Villalba, es la historia de un hombre al que un voto de confianza le transformó la vida.

Fuente: TN

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