Intenté ser mi propio jefe, pero resulté ser mi propio empleado

El sueño de ser nuestro propio jefe, puede convertirse en un tormento diario. Nota de opinión, por Claudio Zuchovicki

Política - Opinión 27 de diciembre de 2021 Colaborador Colaborador
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En el brindis de fin de año, un hombre levanta la copa y exclama: “Familia, brindo porque este año sí pude lograr ser mi propio jefe. Lo malo es que me debo tres quincenas”.

El título de la presente nota surge de un diálogo que tuve con mi hijo para encarar mi última columna del año. Tengo la convicción de que, de alguna u otra manera, amigo lector, usted se va a sentir identificado, puesto que en todas las profesiones y actividades existe esa dualidad entre lo que pretendemos hacer y lo que terminamos haciendo.

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Hay un principio de administración de empresas que sostiene que “el jefe”, “el dueño” o “el gerente” debe tener una gran calidad de vida, disponer de ingresos como mínimo del doble de los que lo siguen en la estructura, tomarse los viernes para jugar al golf y tener flexibilidad de horarios el resto de la semana, para que los demás quieran acceder a ese puesto y hacer los esfuerzos y méritos suficientes.

Ese modelo enriquece el crecimiento de la compañía. Imaginen una estructura en donde el “dueño, jefe o gerente” trabaje más que el resto y gane lo mismo o incluso menos, poniendo en riesgo su capital o asumiendo más responsabilidades. En ese caso nadie va a querer ascender ni progresar.

Pienso en aquel comerciante que quedó rehén de su propio local, trabaja el doble que cuando era empleado, tiene que ir los sábados para recaudar algo más y no le sirve tomar empleados extras por el riesgo que eso significa. Además, desde que existe WhatsApp, lo consultan todo el tiempo por cada inconveniente y ya no puede delegar las decisiones como, por ejemplo:


–Jefe, vino el inspector municipal. Pregunta por qué las letras del cartel son 10 milímetros más grandes que lo permitido por la disposición 3758 JNF que salió hace 5 minutos.

–Jefe, dijo Ricardo que no puede cubrir el cheque de mañana. Se lo cambia por otro a quince días. Tiene que ir al banco urgente, porque necesitan su firma. Apúrese, jefe, que me quiero ir temprano.

Me tocó escuchar a ese comerciante exclamar más de una vez: “Me encantaría tener la calidad de vida de mi encargado o de mis herederos”.

Son muchas las veces que trabajan 24 horas por 7 días y, además, están obligados a reinvertir lo que ganan y no les queda mucho dinero para disfrutar del presente.

Como el dueño del bar de mi barrio, a quien el delivery lo salvó en la cuarentena ya que las calles estaban vacías y él podía hacer los repartos sin problemas. Ahora, ese mismo delivery lo está fundiendo. Entre piquetes, mucho tránsito, multas y quejas de los clientes por entregar tarde, su sueño de ser un chef exclusivo se convirtió en una pesadilla.

Los invito ahora a buscar ejemplos parecidos para los médicos que terminan siendo empleados de sus pacientes, o contadores de sus clientes, o periodistas de sus oyentes.

Creo que hoy todos tenemos al menos dos jefes. Uno es “el usuario”, que con un clic decide qué quiere comprar, vender o ahorrar desde una plataforma. Es razonable depender del usuario, porque finalmente el ingreso depende de su grado de satisfacción.

El segundo jefe es el “Estado”: ¿acaso hoy no somos todos dependientes de las regulaciones y exigencias del Estado?

Dicen los tributaristas que trabajamos más de la mitad del año para pagar impuestos y la otra mitad, para pagar los costos de la burocracia necesaria para cumplir con las regulaciones, solo para facilitar el trabajo del organismo de contralor.

Si usted se detiene diez minutos como observador en una administración pública, podrá visualizar cómo se mueven los protagonistas que tienen el objetivo de lograr una autorización para poder importar o exportar un producto. De un lado del mostrador, en una silla chiquita, “el dueño”. Notará que quiere resolver todo rápido, se preocupa y ocupa por cada requisito que le piden. Simplemente porque sus ingresos dependen de esa autorización.

Del otro lado del mostrador, en una silla grande, está el otro protagonista, del que se dice que solo es un empleado. Notaremos que no está apurado, el tiempo no es un factor relevante para él. Simplemente, porque sus ingresos son los mismos se apure, se ocupe, haga bien las cosas o no. ¿Quién depende de quién?

Mario Vargas Llosa decía en su libro La verdad de las mentiras, que los regímenes que aspiran a controlar totalmente la vida desconfían de las ficciones y las someten a censuras. “Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una forma de ser menos esclavos y de experimentar los riesgos de la libertad”.

Muchos de estos comportamientos se producen por el sesgo optimista, ya que nuestra mente confunde el deseo con la realidad.

Se acerca un nuevo año, y un emprendedor responsable revisa sus pasos, hace su balance. Compara lo que había planificado para el año con lo realmente sucedido. La diferencia es el “problema”, lo que no pudo lograr y vuelve a planificar para 2022. Muchas veces el problema no fue lo sucedido, porque finalmente es lo que uno pudo dar. El problema es lo planificado, por creerse más de lo que uno puede hacer.

Como cierre de esta nota les dejo cuatro aprendizajes.

Primero. Hay que tener una mayor formación acerca de cómo funciona el Estado, la seguridad social, las facilidades y los impuestos. Este conocimiento hará que sea bastante menos frustrante el trabajo diario.

Segundo. Deberíamos pagarnos un sueldo mensual como trabajador y otro como capitalista (10% anual de lo invertido en el proyecto).

En El hombre más rico de Babilonia (fábula que ilustra los motivos del éxito de la antigua Babilonia, una de las ciudades más ricas del mundo en aquel entonces) se narran las aventuras de varios personajes, entre ellos Arkad, un muchacho que trabajaba muy duramente, lo que le permitió llegar a ser uno de los hombres más ricos de Babilonia y, así, comprar su libertad. Arkad decide que la mejor manera de aprender es preguntándoles a aquellos que han tenido éxito (y no deja pasar ocasión alguna sin hacerlo).

Por ejemplo, un día un hombre muy rico le da un consejo: “Encontré el camino de la riqueza cuando decidí que una parte de todo lo que ganaba me tenía que pertenecer”.

Arkad está entonces algo decepcionado por este principio, ya que pensaba que era obvio que todo lo que ganaba le pertenecía. Es entonces cuando el hombre rico le explica : “A partir del momento en el que los gastos se empiezan a acumular, empiezas a trabajar para hacer frente a tus pasivos y te conviertes en tu propio esclavo”. La solución es dejar el 10% de tus ingresos de lado y asegurarte de no gastarlos. Así, no te darás ni siquiera cuenta y formarás un colchón de ahorros que te permitirán tomar decisiones más pensadas.

Tercero. Si un carpintero se enamora de su martillo o un plomero de la canilla estarán en problemas. Desde la misma óptica, nunca se enamoren de un negocio, es solo el medio o el instrumento para tener una mejor calidad de vida con los que uno quiere. Finalmente, de eso se trata.

Cuarto. Como dice mi amigo Pedro, el gaucho de la Citi: “Si te vas a copiar, que sea de alguien exitoso”.

Que tengan un gran año y no copiemos modelos que ya fracasaron, incluso aquí.

Fuente: La Nación