Ningún país se desarrolló por seguir el libre mercado

La guerra comercial entre Estados Unidos y China se hace más presente que nunca. Donald Trump intenta frenar el ascenso de China y a su vez impedir su autonomía en el mundo comercial. El gran protagonista del conflicto es la compañía telefónica Huawei que quedó en el medio de la batalla.

Política - Opinión 27 de mayo de 2019 Colaborador Colaborador
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Mientras los economistas liberales siguen bombardeando por los medios de comunicación "la verdad del libre mercado", Donald Trump muestra que la noticia cotidiana a lo largo de toda la historia del capitalismo es el liderazgo económico del Estado-nación. Ningún país se desarrolló por seguir el libre-mercado.

Por el contrario, los que lo hicieron tuvieron Estados interviniendo activamente en diversas formas. Y es lo que está haciendo el presidente de Estados Unidos en cada nueva escalada en su guerra comercial con China.

Si hiciera falta alguna muestra cabal de cómo es el Estado quien lidera, grandes empresas estadounidenses de tecnología anunciaron que interrumpirán el suministro de bienes y servicios para Huawei, gigante chino de telecomunicaciones. Google dejará de renovar las licencias de uso pleno de Android, lo que dificultará a los clientes de Huawei el uso de aplicaciones como Google Maps, Gmail, entre otros. Qualcomm, Broadcom e Intel no venden más los microprocesadores.

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El impacto en el mercado será intenso, ya que Huawei es la segunda mayor vendedora de celulares en el mundo, con 203 millones de aparatos comercializados en 2018. Además, sus servidores son los más eficientes y baratos, particularmente los que se utilizarán para diseminar la producción en la nueva frontera tecnológica del 5G.

Evidentemente, desde el punto económico individual no tiene ningún sentido que estas grandes empresas estadounidenses se comporten de esta manera, perdiendo un gran mercado. Pero saben que el objetivo de Trump apunta a vencer en una disputa más estratégica: evitar que empresas chinas como Huawei consigan operar en el futuro con mayor autonomía.

Es que la empresa china es un competidor de peso. Entre el 2015 y el 2019 (primer trimestre) su desempeño fue meteórico. Su participación en las ventas globales de teléfonos móviles pasó del 5% al 17%, lo que dejó a la estadounidense Apple detrás con el 12% del mercado. Se la reconoce como líder global en la nueva frontera tecnológica de este segmento, que es el 5G. Sus proveedores son los más potentes y baratos. A pesar de su éxito, Huawei aún depende de la compra de insumos tecnológicos sofisticados, incluso aquellos producidos por empresas estadounidenses. Adquiere cerca de u$s 67.000 millones en componentes, de los cuales u$s 11.000 millones (16%) provienen de grupos económicos controlados desde Estados Unidos.

huawei-logoTras las restricciones impuestas por el gobierno de EEUU a la compañía telefónica Huawei, la población China renunció masivamente a Apple

Por eso mismo, Trump, que corre contra el tiempo en el esfuerzo de contener la ascensión china, apela a la política y presiona a países aliados -o bajo su esfera de influencia-, para no adquirir los equipos y bienes chinos en áreas "estratégicas". Adicionalmente, procura dificultar alianzas comerciales entre empresas estadounidenses y Huawei.

Algunos analistas sugieren que esta última sanción graduó la guerra comercial, que pasa al status de "convencional" a "nuclear". La "radiación" ya contamina los mercados financieros, pues muchas empresas estadounidenses dependen de ventas para el gigante chino. De la misma forma, la radicalización de Trump amenaza el éxito de la implantación de la tecnología 5G en todo el mundo. Según analiza Bloomberg:

"El gobierno de Trump está sacando las armas grandes en su esfuerzo por frenar el ascenso de China, con consecuencias potencialmente devastadoras para el resto del mundo... Es probable que la amenaza aumente los temores en Beijing de que el objetivo más amplio del presidente Trump es contener a China, llevando a una prolongada guerra fría entre las economías más grandes del mundo".

Incluso electoralmente el comportamiento de Trump prioriza su estratégico "América primero" por sobre el perjuicio a consumidores y empresas de su país que sufren por la guerra comercial en el corto plazo. Mirando las elecciones de 2020, su proyecto político se debilita al ver la posición de mercado de las empresas líderes de su país siendo corroída por las competidores chinas.

Pero el fondo de la cuestión es la verdad histórica de la competencia capitalista. Su desarrollo económico siempre estuvo sujeto a la lógica política y estratégica llevada adelante por los Estados-nación. La tecnología es poder y poder es dinero. Quien controle la nueva frontera tecnológica conformará los patrones futuros de producción y consumo, así como tendrá ventajas en la transmutación de las ganancias económicas en capacidad militar. Esta, a su vez, amplía la fuerza de los Estados y sus empresas. Estas relaciones han sido así a lo largo de la historia del capitalismo, y nunca ha habido, ni habrá, "libre-mercado".

No debería sorprender esto. Al fin y al cabo, pensar que "el mercado" puede forjar "una sociedad" no tiene sentido lógico y, por eso mismo, tampoco veracidad histórica. En cambio, sí la tiene que Estados -luego convertidos en Estados-nación-, estimulen los mercados. Para eso, fueron dando impulso a los mercados del trabajo, el capital y de los recursos naturales incluyendo la tierradado que ninguno constituían mercancías. También crearon un orden monetario y marco jurídico interno, sin los cuales un mercado no puede funcionar procesos clásicamente tratados por Karl Polanyi en "La Gran Transformación" y Fernand Braudel en "Civilización Material, Economía y Capitalismo" y "La Dinámica del Capitalismo". Pensar que el Estado es un "títere" del mercado o un "mal necesario" no tiene fundamento alguno.

Más bien, lo contrario. Los Estados-nación compiten entre sí, y los mercados y el desarrollo económico son parte de esta disputa. Son ellos los que al dar un marco permiten que los mercados operen en escalas crecientes, a medida que también extienden sus sistemas legales de protección a la propiedad, y promueven incentivando la investigación tecnológica, otorgando financiamiento, y apoyo intelectual y diplomático sobre las fronteras nacionales para ingresar en los mercados nacionales de otros.

Así, asociar eficiencia económica con Estado mínimo es una ilusión neoliberal, que no resiste a la prueba de la historia. Desde la primera guerra mundial, el gasto público se ha multiplicado de alrededor de 5% del PBI, en tiempos de paz, a entre 25% y 40% del PBI en las economías modernas. El mantenimiento de la estabilidad social y del liderazgo económico demanda más y no menos Estado. Para los analistas de la economía contemporánea, hay que preservar y renovar los sistemas educativos, de salud, jubilación, ciencia y tecnología, justicia y seguridad externa.

Es lo que queda claro en el estudio de la competitividad de los países en documentos elaborados por el Foro Económico Mundial, el "Global Competitiveness Report" (GCR), y la IMD Business School en su "Competitiveness Yearbook". En estos y otros documentos, la competitividad es vista como un fenómeno complejo y multifacético, que depende de empresas eficientes, gobiernos competentes y diversos insumos sociales y económicos. Trabajadores con alta educación y buena salud, investigación científica de punta, infraestructura física moderna, instituciones sólidas, ambiente empresarial competitivo y seguro, son algunos de los determinantes del éxito.

En los marcos de las disruptivas tecnologías de frontera, las sociedades se van a transformar radicalmente y los Estados deben ser capaces de proporcionar nuevos y más complejos insumos.

Estos analistas modernos del mercado, así, concluyen que las nuevas tecnologías exigen más, y no menos, Estado liderando estratégicamente el mercado nacional y preocupado por el bienestar social. Claro: se refieren a sociedades que observan el desarrollo económico en su Estado-nación, y no las que aceptan ser arrasadas por las de otros prendiéndole la vela ignorante al mito del mercado-libre.

Fuente: El Cronista