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Hay que reconocer que estamos ante una muestra cabal de que la política de innovación en nuestro país, siguiendo recetas propias, de acuerdo a nuestros interese nacionales, está dando resultados positivos.
Política - Opinión02 de marzo de 2021Si el Sars Covid-19 puso a la globalización de rodillas, la aparición de las diversas vacunas -cuyo principal patrón esta dado por la evidente escasez del recurso como tal- nos demuestra que vivimos tiempos aciagos en materia de cooperación internacional. Es así que la firma del acuerdo con el Fondo Ruso para fabricar en el país la vacuna Sputnik debe ser leído urgentemente desde varios ángulos.
El primero, obviamente sugiere que la crisis del Sars Covid-19 probablemente no está tan cerca de ser resuelta a pesar de la proliferación del menú de vacunas aparecido en las últimas semanas. El nivel de mutaciones que el virus va experimentando ensombrece el horizonte.
El segundo evidencia ignorancia, o en su defecto irresponsabilidad, por sectores de la oposición que de entrada intentó menoscabar la utilidad de la vacuna rusa, atentando incluso con el prestigio de toda la ciencia de ese país. Nuestros “epígonos del primer mundo” tomaron, una vez más, los argumentos y categorías de la confrontación geopolítica sin atender a nuestras necesidades. Este es un ejercicio que ya lleva décadas! Donde, al parecer, nada que surja fuera del arco de influencia del Atlántico Norte es merecido del más mínimo respeto y confianza por parte de los países occidentales. Este verdadero despropósito cultural aún persiste en parte de nuestra clase política que ahonda su discurso en una ignorancia mal intencionada. En los hechos, la vacuna Sputnik debe ser considerada como lo que es: la vacuna cuya seguridad y eficacia ha sido más testeada y la que utiliza la tecnología más experimentada; es con ella que se frenó el Coronavirus Mers en 2012 cuya letalidad era mucho mayor que el Covid-19.
Ahora, uno de los aspectos primordiales a tener en cuenta con la firma de este acuerdo, es comprender: dónde está la República Argentina en el mapa farmacéutico mundial.
Esta es una industria que se caracteriza por sufrir un “vicio” de origen que la hace de alguna forma inviable si no existe la intermediación de una legislación y un andamiaje administrativo, vía la protección de derechos de patentes y secretos comerciales. Esto es así ya que, si bien la inversión en I+D para obtener un producto farmacéutico implica, en promedio, más de mil millones de dólares. Una vez que el producto está desarrollado y su seguridad y eficacia comprobados, hacer una segunda copia del mismo tienen un costo casi nulo. Es decir la segunda dosis del mismo producto cuesta centavos.
A partir de la década del 70, en un mundo de creciente integración comercial, los países centrales de occidente que tienen grandes industrias farmacéuticas empezaron a advertir que la única forma de asegurar la rentabilidad de sus industrias farmacéuticas a nivel global era imponiendo reglas globales sobre este mercado. La Argentina, con una industria farmacéutica muy desarrollada, no adhería a esta agenda ya que entendía que fijar una política jurídica de protección de invenciones farmacéuticas de primer nivel le impediría desarrollar la industria de genéricos con la que cuenta el país al día de hoy. Así, esta política de producción de genéricos fue parte de la tan vituperada -por el “liberalismo”- política de sustitución de importaciones. Llevada a la praxis por el peronismo y defendida doctrinariamente por el economista del desarrollo Raul Prebish (quien, por cierto, no era precisamente un peronista).
En los hechos, hasta la firma del acuerdo constitutivo de la OMC de 1994, la legislación Argentina excluía la protección de patentes a las invenciones farmacéuticas. Hoy eso ya no es así, pero vía otras políticas muy restrictivas en materia de patentes, como la aplicación criterios de patentamiento estrictos, y un régimen de protección de secretos comerciales en el sector farmacéutico muy poco aplicado, la Argentina sigue siendo un país que tiene una gran industria farmacéutica.
Sería muy falaz aseverar que el sistema “(des) protección de invenciones farmacéuticas” en nuestro país es la mejor política para impulsar la I+D en el sector. Pero, no obstante, que en un contexto de pandemia; que un país con un mercado interno mediano (o incluso chico), cuya divisa es devaluada permanentemente; que tras la humillación que resulto el estropicio de Cambiemos en materia económica; que así y todo, nosotros podemos hoy contar con las capacidades industriales necesarias para la fabricación del insumo más relevante para afrontar el desafío que la crisis del Sars Covid-19 nos presenta. Produciendo en el país, en tiempo récord, la vacuna más efectiva contra este flagelo. Es imposible no reconocer que estamos ante una muestra cabal de que la política de innovación en nuestro país, siguiendo recetas propias, de acuerdo a nuestros intereses nacionales, por lo menos, nos ha permitido generar las externalidades suficientes como para asegurarnos herramientas efectivas para enfrentar el reto de salud pública más grande de la época.
Fuente: Ámbito
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