¿Quienes se están cayendo con esta crisis?

Que la actual crisis mundial sirva para darse cuenta que el costo de esta crisis no se puede seguir volcando sobre las espaldas de los que ya están demasiado castigados.

Economía 04 de abril de 2020 Colaborador Colaborador
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Imaginemos que una persona joven, atlética, en estupendo estado de salud general, va caminando por una vereda. Su recorrido empezó hace unas 5 cuadras cuando salió de su casa para ir hacer las compras y debe recorrer una cuadra más hasta llegar al comercio. Hasta el momento ha tenido que esquivar algunas baldosas sueltas, algún que otro cordón roto, incluso algunos baches. Ya en los últimos 100 metros de recorrido hasta su lugar de destino se tropieza en un cordón y cae. Algunas personas se sonríen, incluso esta persona esboza una carcajada y se levanta. El golpe no ha sido duro, en su estado físico no podría esto representar riesgo alguno.
 
Pero a los pocos metros se vuelve a tropezar y cae. La gente que ya lo ha visto caer hace pocos metros piensa que puede haber quedado aturdido de su primera caída, incluso este mismo sujeto cree lo mismo y argumenta a la pregunta de un vecino “recién me he caído, me ha tomado por sorpresa y no estoy poniendo atención”. Resulta que a los pocos metros se vuelve a caer, esta vez se golpea muy fuerte, no atina a poner las manos y recibe el golpe de lleno en la cabeza.

Los que lo vieron caerse en la esquina ya no sonríen, empiezan a preocuparse y vuelven a preguntarle si se siente bien. Nuestro amigo responde que sí, que le falta poco para llegar a donde va. Se para nuevamente, y con poco brío intenta terminar su recorrido, pero esta vez mover los pies le requiere un esfuerzo enorme, y finalmente vuelve a caer vencido. Los vecinos asustados van a buscar a un médico que vive en la cuadra para que lo atienda. No hay sonrisas, ya no es torpeza, no puede ser un tropiezo inesperado, el joven ahora es una persona que no puede desplazarse con la normalidad que antes lo hacía. Algo está pasando.

Exactamente esto es lo que le ha ocurrido a la economía del mundo en las últimas décadas. La fuerza con la cual las economías del mundo se han desarrollado desde la posguerra hasta mediados de los 70’ no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Parecía que la economía funcionaba perfectamente y funcionaba para todos, cada vez más gente accedía a un trabajo bien remunerado, contaba con instituciones y derechos que lo protegían, a su vez fue la etapa donde generación tras generación se volvía propietaria de sus viviendas sin necesidad de recibir ayuda económica de sus familias o tomar deudas impagables.

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Nadie vivía como una tragedia el difícil acceso a la salud, nadie pensaba todas las noches antes de irse a dormir si su hijo iba a poder estudiar o no, ni en la más remota pesadilla de los trabajadores de una fábrica podían sospechar que al otro día les podían decir “nos mudamos a otro país”. Eso se terminó con la crisis del petróleo de los 70’.

Esa crisis generó sorpresa, nadie creía que se trataba de algo grave, casi como nuestro amigo cuando tropezó por primera vez en el recorrido de su casa a la despensa. Entre los 70’ y hasta la actualidad la economía mundial ha atravesado de forma recurrente y sostenida tremendos golpes, hasta que llegamos al 2020. Una persona que nació en 1945 habrá vivido la misma cantidad de crisis económicas mundiales que ha vivido una persona que nació en 1973. Mientras tanto, desde los 70’ hasta la actualidad, son muy pocas las economías han podido genuinamente desarrollarse.

De todas las crisis mundiales que sucedieron entre 1973 se salió adelante, pero siempre con más gente afuera del sistema que adentro. Entonces, ¿podemos decir que nos hemos recuperado de todas las crisis cuando en realidad la inmensa mayoría no ha vuelto a vivir en las condiciones previas a las crisis? Existe una falsa ilusión de que ahora se vive mejor que antes, pero la actual generación amanece endeudada de sobremanera y debe enfrentar un modelo económico que le promete ganar lo justo para pagar lo que ya debe. Algunos pueden soñar con un viaje, pero no con una casa.

Otros pueden soñar con una educación de calidad y gratuita, pero no con un trabajo suficientemente bien remunerado. Otros pueden soñar con cambiar el auto, pero que lamentablemente en algún momento tendrán que venderlo “si la cosa se pone brava” y no hay trabajo. Les garantizo que entre las preocupaciones de nuestros abuelos o padres no estaban las actuales. La preocupación en aquel entonces era “¿qué más puedo hacer con lo que hay?”, una necesidad constante de desarrollar sus iniciativas. Las nuevas preocupaciones son cada vez más aguadas y vivimos al muy corto plazo.

Tenemos que entender que las cosas que nos quitan el sueño en la actualidad no son normales, no siempre fueron así y no se le puede exigir a la gente que se acostumbren a vivir a la incertidumbre y que para “salir de las crisis” hay que hacer esfuerzos. No, no se le puede exigir más esfuerzos a los que viven de su trabajo, a los desempleados, a los que no tienen garantizada la vivienda, a los que están endeudados, a los que tienen miedo, a los que le deben la mayor parte de sus ingresos al banco, al que tiene un comercio o un consultorio y que sistemáticamente pierden más de lo que ganan cuando hacen los números finos. Nos caímos demasiadas veces y cada vez que caímos dejamos cosas importantes en el camino. Cada vez que vuelve a apretar el zapato recordamos que antes no fue tan duro.

Que la actual crisis mundial sirva para darse cuenta que el costo de esta crisis no se puede seguir volcando sobre las espaldas de los que ya están demasiado castigados. A nuestro amigo, el que tropezó de camino a la despensa, nadie le pidió que lo ayude a empujar el coche mientras estaba en el piso, cuando cayó la segunda y la tercera vez la gente no se mofaba de su infortunio, cuando cae por última vez la gente se preocupó por él y llamaron a un médico.

La salida a la crisis tiene que empezar por dar por terminado el maltrato, hay que dejar de apretar y apretar a la gente hasta que no dé más. La falta de empatía debe desaparecer, especialmente en aquellos que no les alcanza su vida, la de sus hijos, la de sus nietos y la de sus bisnietos para gastar todo lo que ya tienen. La democracia, la vida en sociedad y las libertades individuales no habilitan de ninguna forma a un individuo a ser cruel y desinteresado, y tampoco habilita a cargar sobre las espaldas de los que peor están todos los costos de la tragedia.

Fuente: Ámbito

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