Argentina-China: Relaciones y oportunidades de negocios

A partir de abril, China desplazó a Brasil como principal socio comercial de la Argentina. Qué puede hacer el país para obtener la máxima ventaja de esa relación. Cuáles son los riesgos.

Economía 03 de agosto de 2020 Colaborador Colaborador
exportacion

La explosión

Por Mariano Kestelboim*

El proceso histórico más intenso de transformación de la economía mundial tuvo como protagonista a China. Desde la caída del Muro de Berlín y hasta 2019, la producción global sin contar a ese país se duplicó, mientras que la del gigante asiático se multiplicó 14,5 veces. Así, China pasó de representar el 1,7 por ciento del PBI mundial en 1989 a alcanzar el 16,3 por ciento en el último año. En buena medida, ese dinamismo tuvo como origen al continuo y acelerado incremento de sus exportaciones que aumentaron 48 veces y ubicaron a China desde 2009 como primera potencia exportadora, relegando a Alemania.

El ascenso de China no implicó meramente un cambio en el ranking de los países más exportadores. Hubo una modificación muy relevante en la composición del comercio. Los líderes desde la posguerra y hasta que China se confirmó como actor de peso (Estados Unidos, Alemania y Japón, en especial), sostenían la vanguardia gracias a la producción y venta de mercancías de alto valor agregado, básicamente de bienes de consumo durable, máquinas y herramientas.

La factoría china orientada a la exportación, en cambio, se abocó a la producción masiva de bienes de menor complejidad tecnológica y de alta necesidad de reproducción. Si bien en los últimos años ha ido avanzando en la elaboración de productos más sofisticados, su base industrial fundamental sigue siendo la de bienes de consumo no durables sin un elevado nivel de transformación.

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La reorganización de la producción mundial tuvo como sustento también la provisión del gobierno de Estados Unidos a sus empresas de las nuevas tecnologías que había generado en su carrera armamentística y aeroespacial con la Unión Soviética para usos comerciales. Esos desarrollos asociados básicamente a las tecnologías de la información y telecomunicación, usufructuados en los mercados, impulsaron la fragmentación y relocalización en el continente asiático de procesos productivos más simples y constituyeron el soporte para la fenomenal expansión de los negocios financieros y comerciales. El sistema se retroalimentó, a su vez, con esquemas desregulados de financiamiento del consumo y con el crecimiento de las economías de escala derivadas de la concentración de la producción manufacturera en Asia.

El impacto en América del Sur fue también muy importante. La dinámica demandó una mayor cantidad de recursos naturales que los fue revalorizando hasta alcanzar niveles extraordinarios y, asociado a esto, operadores financieros diseñaron esquemas especulativos de comercialización de activos vinculados a sus cotizaciones que las potenciaron.

A la vez, el abaratamiento relativo de manufacturas desencadenó un inédito proceso de reprimarización de la estructura productiva regional y, por primera vez en la historia del capitalismo, en una gran economía con un desarrollo industrial intermedio, como Brasil, la industria perdió una participación significativa de mercado frente a la actividad primaria. O sea, la presión externa por las nuevas condiciones de acumulación globales provocó que se invirtiera la tendencia de evolución, donde el sector primario se achica y crece la industria y sobre todo los servicios. Hasta fines del siglo XX, menos del 20 por ciento de las exportaciones de Brasil eran primarias y ese registro en el siglo XXI fue escalando progresivamente y, en el último año registrado (2019), llegó a un pico del 33,9 por ciento.

Este escenario dificultó el proceso de recuperación de la industria nacional. La complicada situación quedó en evidencia sobre todo cuando, al cambiar el gobierno a fines de 2015, se desactivaron las políticas industriales de estímulo que, además, ya desde 2012 habían ido perdiendo capacidad para dinamizar su crecimiento. Así, con el nuevo modelo, la industria pasó del estancamiento a la caída. El gran desafío actual es volver a diseñar un esquema de políticas que fomenten la reindustrialización en un mundo donde la presión competitiva asiática se ha consolidado. No hay margen para programas tibios. Sin los eslabones industriales, las posibilidades de progreso de las grandes mayorías serán ínfimas.

 
*Representante Permanente para Mercosur y Aladi.

Maximizar fortalezas

Por Daniela Rozenbaum**

La creciente participación de China como socio comercial de América Latina ha sido la principal novedad de la política exterior de las últimas décadas, a tono con su acelerado ascenso a nivel internacional. En Argentina, el 10 por ciento de las exportaciones argentinas tienen como destino el país asiático y su influencia se extiende más allá del comercio. China ya ocupa un lugar relevante como acreedor externo con el swap de monedas del Banco Central que explica prácticamente la mitad de las reservas internacionales de nuestro país y también como socio de proyectos de inversión.

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Cuál será el rol de China, cómo manejará su mayor poder internacional y si adoptará estrategias revisionistas o no, son temas de debate, que ahora también están atravesados por la pérdida de poder relativo de Estados Unidos. En este nuevo e incierto escenario, las oportunidades y desafíos para la inserción internacional argentina cobran una nueva fisonomía.

Como oportunidades, China asegura una elevada demanda externa para nuestra producción, como elemento clave para garantizar la estabilidad en el frente macroeconómico, y brinda alternativas en materia de desarrollo de infraestructura –que es central para aumentar la competitividad local– y financiamiento externo alternativo. Además, China tiene la potencialidad de avanzar con mayor compromiso con las demandas de países del sur global para promover un régimen internacional que contemple dimensiones de desarrollo. Pese a que el optimismo en torno al rol de los BRICS se ha desdibujado, quedan experiencias de cooperación económica con preocupaciones genuinas por el desarrollo y experiencias colaborativas en términos tecnológicos. Finalmente, y pensando más en el largo plazo, una mayor incidencia de China en organismos internacionales podría ayudar a una progresiva desarticulación de la protección comercial agrícola de países desarrollados.

 
No obstante, existe también una agenda de problemas. La tendencia histórica de China a comprar commodities es una de las principales amenazas por el riesgo de reprimarización productiva. Es importante comprometerse con una estrategia que genere cadenas de valor entre el agro, las actividades industriales y de servicios evitando el rezago industrial, la vulnerabilidad externa y contemplando variables de sostenibilidad. En línea con lo anterior, la sobreoferta China de manufacturas industriales con competencia desleal y prácticas de dumping es una de las principales amenazas al desarrollo industrial local, que además supone costos ocultos en materia ambiental y social. Otros factores restrictivos provienen de los acuerdos de inversiones en infraestructura y el swap de monedas que, si bien no exigen condicionalidades, sí suponen una mayor dependencia bajo la denominada “debt-trap diplomacy”.

 
Finalmente, y ante la fragmentación política en la región, China cuenta una posición asimétrica que le da ventaja en las negociaciones bilaterales. Encarar una estrategia sólida de negociación con el Mercosur como bloque posibilitaría reducir esta asimetría.

El panorama no es simple y contemplar estos aspectos será fundamental para el vínculo con China. Si bien el espacio es acotado, hay aspectos que permiten ganar tiempo, como el hecho de que China aún tiene una serie de desafíos internos relevantes vinculados a la sostenibilidad de su desarrollo y a su régimen político, que podrían obstaculizar su liderazgo internacional.

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En cuanto a la disputa China-Estados Unidos y la aparente necesidad de tomar partido, Argentina cuenta con una extensa tradición de no alineamiento político en las relaciones exteriores, guiada principalmente por fines comerciales. Este es un activo que le permitirá al país equilibrar su agenda en materia de inversiones y exportaciones industriales.

 
Mientras tanto, y ante las crecientes disputas globales, tecnológicas y financieras, tomar las ventanas de oportunidad que se abran en materia de exportaciones, financiamiento y desarrollo tecnológico puede contribuir al desarrollo productivo del país. Frente el riesgo de quedar en una “doble dependencia” de China y de Estados Unidos, el horizonte de la nueva normalidad exige de Argentina una visión integral, realista y prudente de las oportunidades y las amenazas. Eso implica mensurar los desafíos y riesgos de las relaciones internacionales con el objetivo principal de maximizar las fortalezas que Argentina posee.

**Economista. Coordinadora del Centro de Estudios CEU-UIA

Fuente: Página 12

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