Industria, trabajo, bienestar y soberanía

Columna de opinión por Marco Meloni.

Política - Opinión 04 de mayo de 2020 Colaborador Colaborador
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Muchas veces hay frases o palabras que se tildan como un “ya fue“, pero muchas veces son los conceptos y los hechos que les dan valor. Hoy nos pasa con la palabra “soberanía” y en esta coyuntura de pandemia, con “soberanía industrial”. La definiríamos como parte de la “densidad nacional”, que es la medida de la resistencia que ofrece la sociedad a medidas contrarias al interés nacional. Somos soberanos si nuestras capacidades en el sector industrial son tales, que dado algún tipo de bien o servicio, en caso de necesidad, podemos hacerlo con nuestros propios recursos. No es un análisis fácil y peor aún, hace unos cuarenta años que no se hace en Argentina. Los mayores recordarán Fabricaciones Militares, que era un conjunto de 24 fábricas donde se hacían productos, generalmente novedosos, que requerían la defensa nacional. (Hoy casi totalmente desaparecida)

Estamos viendo cómo dependemos de muchos insumos básicos, intermedios y producto final provenientes de la importación, dicho de otra manera, de la falta de desarrollo industrial profundo. Estamos viendo cómo los países más “civilizados” del mundo se roban entre sí las mercaderías claves que pasan por sus respectivos aeropuertos para conseguir elementos necesarios para el Covid-19.

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Un ejemplo, en nuestro rubro textil, es la fabricación del tejido para la confección de los barbijos o los camisolines: el tejido se hace con un insumo que viene de Brasil que hoy retacea, esto es por su propia necesidad, el producto terminado se podría importar... sin embargo su precio aumentó tres veces y no entregan. ¿Cuál es la consecuencia en particular y conceptual? Que la falta de soberanía industrial nos lleva a la peligrosa situación de no tener los elementos necesarios para defendernos del virus. Concluimos... que la globalización desenfrenada pregonada desde el Consenso de Washington a principios de los 90 nos marcaba lo que podíamos producir y lo que no, es decir, prevalecía solo el negocio definido por el mercado y no el sentido social de resguardar, en orden de importancia, nuestra salud, nuestros trabajadores, nuestras empresas y desde ahí y solo de ahí, nuestra economía. De ambas formas parece resguardada, pero apenas se mira en detalle, el resultado es totalmente diferente. La autonomía y soberanía que se obtiene aplicando el sentido social de la economía genera independencia en situaciones de gobierno en la que el país no es fácilmente extorsionable ante situaciones globales adversas.

Merece una mención la ausencia de una ley que sirvió mucho colaborando en el desarrollo industrial en la época del avance del industrialismo argentino, que es la ley del “compre argentino”. Una ley sabia que daba derechos a los industriales y empresarios innovadores que hacían ofertas en licitaciones públicas. Cuando esas ofertas cumplían con las tres premisas de “precio, calidad y plazo de entrega” se conformaba el derecho de ese oferente argentino de ser el adjudicatario. Estuvo en vigencia, pero sin atención hasta 2018 en que el gobierno de Macri la derogó por otra de características más blandas y componentes arbitrarios, muy lejos del “derecho” de la anterior ley.

Observamos que el capitalismo puede tener grados que no condicen en realidad con el bienestar general, y ese capitalismo voraz e individualista llevó a un “sálvese quien pueda“, lo hizo de manera “elegante“ y lo hace de manera descarada. Nadie pide cambios revolucionarios, aunque algunos vendrían bien, pero sí bregar por un capitalismo más humanizado, donde prevalezca el cuidado de las personas, del medioambiente y del trabajo digno, hoy estamos en las antípodas de ese modelo. Mi intención con este artículo es que no nos resignemos, que un mundo mejor es posible. Lo que nos pasa hoy desde la falta de soberanía industrial es porque en otra parte del mundo se decidió que hay países donde sus habitantes tienen que trabajar por un sueldo miserable sin posibilidades de tener acceso a las necesidades básicas y la posibilidad de progresar, no nos debe quitar la posibilidad como Nación de construir un desarrollo profundo de nuestra industria para lograr esa soberanía que significa dignidad para las personas, para el país que siempre soñamos. Hoy hay que creer en lo que eran utopías, porque la realidad es más increíble que esas utopías, realidad que nos ha dejado desamparados en un país “rico” con millones de habitantes paupérrimos.

*Empresario textil. Vicepresidente de Pro Tejer y de IPA

Fuente: Perfil

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